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Notas de Elena | Domingo 27 de marzo 2016 | Un libro de Génesis | Escuela Sabática

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Notas de Elena | Domingo 27 de marzo 2016 | Un libro de Génesis | Escuela Sabática <br />27 DE MARZO <br />UN LIBRO DE GÉNESIS <br />La naturaleza humana del Hijo de María, ¿fue cambiada en la naturaleza divina del Hijo de Dios? No. Las dos naturalezas se mezclaron misteriosamente en una sola persona: el hombre Cristo Jesús. En él moraba toda la plenitud de la Deidad corporalmente. Cuando Cristo fue crucificado, su naturaleza humana fue la que murió. La Deidad no disminuyó y murió; esto habría sido imposible. Cristo, el inmaculado, salvará a cada hijo e hija de Adán que acepte La salvación que se le ofrece, que consienta en convertirse en hijo o hija de Dios. El Salvador ha comprado a La raza caída con su propia sangre. <br />Este es un gran misterio, un misterio que no será comprendido plena y completamente, en toda su grandeza, hasta que los redimidos sean trasladados. Entonces se comprenderán el poder, la grandeza y la eficacia de la dádiva de Dios para el hombre (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 1 088). <br />El cielo sabía que el hombre necesitaba un maestro divino. La compasión y simpatía de Dios se despertaron en favor de los seres humanos, caídos y atados al carro de Satanás; y cuando llegó La plenitud del tiempo, él envió a su Hijo. EL que había sido señalado en los concilios del cielo, vino a esta tierra como instructor del hombre. La rica benevolencia de Dios lo dio a nuestro mundo; y para satisfacer las necesidades de la naturaleza humana, se revistió de humanidad. Para asombro de la hueste celestial, el Verbo eterno vino a este mundo como un niño impotente. Plenamente preparado, dejó los atrios celestiales y se alió misteriosamente con los seres humanos caídos. "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros" (S. Juan 1: 14). <br />Cuando Cristo dejó su alto comando, podría haber tomado sobre sí cualquier condición de la vida que hubiese querido. Pero la grandeza y la jerarquía no representaba nada para él, y eligió el modo de vivir más humilde. No había de gozar de lujos, comodidades, ni complacencia propia. La verdad de origen celestial había de ser su tema; tenía que sembrarla en el mundo, y vivió de tal manera que era accesible para todos (Consejos para los maestros, pp. 246, 247). <br />Los hijos de Dios son sus representantes en la tierra y él quiere que sean luces en medio de las tinieblas morales de este mundo. Esparcidos por todos los ámbitos de la tierra, en pueblos, ciudades y aldeas, son testigos de Dios, los medios por los cuales él ha de comunicar a un mundo incrédulo el conocimiento de su voluntad y las maravillas de su gracia. Él se propone que todos los que participan de la gran salvación <br />sean sus misioneros. La piedad de los cristianos constituye la norma mediante la cual los infieles juzgan al evangelio (La maravillosa gracia de Dios, p. 56).

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